31 de enero no es una fecha común para una boda. Salvo que vivas en Alicante, o en Elche, como es el caso de Núria y Fernando. La luz extrema, la limpieza del horizonte, la temperatura perfecta. Ningún aderezo más. Ninguna decoración ni artificio. Mar, viento, sol.

La Naturaleza se puso de parte de los novios (nosotros, directamente, preferimos ponernos siempre de parte de ella), una pareja deshinibida y fuera de convencionalismos. Más dispuestos a pasar un buen rato el día de su boda que a marcar un hito nupcial en la zona. Una fiesta con todo lo que alguien de la terreta podamos desear: algo de familia y amigos, buen tiempo, mar Mediterráneo, una traca y un arroz con conejo.

Todos esos elementos, esparcidos a lo largo de casi veinte horas, convirtieron la boda en una experiencia sencilla, divertida y, sobre todo, muy relajada. Como deben ser las cosas buenas, en esta orilla del Mediterráneo. Así crecen los melones. Dulces y deliciosos.

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