Marina Muñoz | Tiempos modernos

El gotelé es un mal a erradicar de las paredes de los hogares españoles. Desde que los noventa terminaron, a nadie se le ocurría recurrir a tal solución de antivandalismo casero. En los inicios del siglo XXI, los constructores encontraron su maná con la liberalización del suelo y en muy poco tiempo se fueron imponiendo en el concurrido mundo del enlucido tabiquil tendencias que sustituían el pragmatismo por la estética. Los pisos piloto, tan célebres en la pasada década, se llenaron de paredes lisas de color morado, fucsia o verde pistacho. Cuando no con papel pintado de lunares u otras abominaciones postmodernas.

Marina no. A Marina Muñoz le gusta el gotelé porque ella ha sobrepasado la postmodernidad. Está en otra onda. Está en la onda de los muebles nórdicos mezclados con los muebles de contrachapado de los 80, tan comunes en las casas de nuestros abuelos. En la de los potos y los ficus, plantas olvidadas. Y en la del suelo de terrazo, odiado y sepultado bajo tarimas de dudosa calidad.

Marina ha hecho de su hogar su estudio. Ella, licenciada en Bellas Artes por la Politécnica de Valencia y con varios Másters de diseño en Elisava de Barcelona, ha convertido su casa en su templo. Un sitio dónde sentirse en plena forma para pensar, crear y no parar de trabajar. Entre estas paredes diseña identidades corporativas, posiciona y desarrolla páginas web, ilustra libros, tarjetas y láminas y, ocasionalmente, también hace fotos. Entre estas paredes hay un torrente de talento. Un talento irreverente, caótico y ecléctico, como su casa-estudio. Talento lleno de color y de buenas ideas. Ideas de las que ya disfruta una nutrida cartera de clientes que desean huir de lo convencional y adelantarse a las tendencias.

Marina, tú molas, y no Mr Wonderful.