Algún tiempo después de su boda, Mariel y Pau seguían con una espina clavada. Tenían pocas fotos. Pocas fotos con la familia, pocas con los amigos. Fotos de muchas personas, de muchas cámaras (de hecho, cada mesa disponía de una cámara desechable con 32 disparos), fotos de todo. Pero no de ellos. Pocas fotos juntos.

Algún tiempo después, casi un año, decidieron hacerse un book de post-boda. Muy post, ciertamente. Que si playa, que si montaña. Ciudad quizás. Y todo, todo, les parecía anodino. Nos lo parecía a los cuatro.

Una idea, sin embargo, fue abriéndose paso. Vámonos de fiesta. Los pubs, las discotecas, la calle. Lo hemos visto tantas veces. Aquí y allá un par de fotos, como aquellas de los fotógrafos de discoteca. Y nada concluyente, o verdaderamente genuino. Nada que fuese más de ellos que de todos. Y Terry apareció. Nos fuimos a su casa de madrugada. Ellos sacaron todo su arsenal festivalero, algo de maquillaje y se enfundaron los trajes. Y entonces, por fin, eran ellos de verdad. Sin impostar. Con su gato. Ellos contra la pared, sin concesiones. Sin filtro.

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